Wilhelm Reich concebía al ser humano en tres capas: Un núcleo vital, lo más cercano a nuestra esencia y a la bondad innata, una capa intermedia y una capa superficial. La capa intermedia se genera cuando el amor que somos no encuentra salida ni cauce; esto genera frustración y enojo. Por eso muchas personas, al acceder a esta capa de su ser, se atemorizan o desconfían de sí mismas. La capa superficial es una especie de máscara o coraza que busca adaptarse a las normas de la sociedad para lograr aceptación. Por eso, en el trabajo terapéutico se busca ir más allá de estas primeras dos capas para acceder al núcleo vital que somos. El camino hacia allí puede ser desafiante, porque construimos una personalidad en base a estas defensas que no quieren ser amenazadas. La primera sensación es que algo se pone en riesgo, pero si podemos ver más allá, con confianza y paciencia, descubriremos que existe un espacio adentro nuestro de mucha madurez, aceptación y amorosidad. Un espacio siempre disponible, como un manantial que no deja de brotar:
A orillas del torrente,
a una y otra margen del mismo,
crecerán todo tipo de árboles frutales,
cuyo follaje no se marchitará y frutos no se agotarán.
Producirán todos los meses frutos nuevos,
pues el agua viene del santuario,
sus frutos servirán de alimentos y
sus hojas de medicina.
(Ezequiel, capítulo 47, 11)
